En paralelo al aumento del paro, las reformas laborales, los recortes y los ajustes, la hipersensibilidad hacia las diversas opiniones sobre el panorama general se va acentuando, quizá por la desesperación (que cada individuo lleva lo mejor que puede), el miedo a que vayamos a peor, o perder aquello que nos queda, incluso en el ámbito más íntimo y personal.
Uno construye su visión de los problemas, cómo interactúan en un mundo
donde todo parece desmoronarse a pedazos, las posibles soluciones o
algún parche temporal que por lo menos ceda algo de espacio para poder
respirar. Es la vida al límite, cuando los datos van y vienen, las informaciones desmienten titulares que ya corrían por todo el país,
y el acto de acceder a las noticias se convierte en la exploración a
cuchillo de una selva, donde deben cortarse las ramas que no nos dejan
ver los árboles que no nos dejan ver el bosque.
Es tanta la cantidad de sucesos y opiniones sobre los mismos que los
senderos se bifurcan exponencialmente: si alguien quiere demostrar el
auge del populismo encontrará miles de fuentes, lo mismo pasará con los
gurús de las llamadas doctrinas neoconservadoras, los amantes de la
tortilla de patatas sin cebolla o las alcachofas gratinadas.
No obstante, los datos en frío que representan la realidad objetiva e innegable siguen hablando por sí solos. Que a un ayuntamiento le de por sacar un "impuesto dominguero"
para cobrar a los mayores de 10 años (terribles, los usuarios del aire
libre de 11 años...) por entrar a los parques, por ejemplo, es un hecho.
Pero si alguien escribe un artículo sobre impuestos escandalosos, puede
ser tachado de sensacionalista, demagógico o populista aunque en todo
el escrito no aparezca ni por asomo un caso tan grotesco como el real.
Así pues, como estrategia para minimizar el impacto mediático, esas acusaciones son muy útiles. Si aparece aquel artículo que habla de robo, atraco, asalto al bolsillo del ciudadano (cosa que en este rincón hacemos habitualmente, unas veces con sentido del humor, otras no tanto) o cualquier otra expresión en la misma línea para referirse a la mencionada tasa, entonces es un demagogo. Para acabar de transformar la realidad en una información demagógica, entra en escena el experto en impuestos de parques, que nos aclarará con suma precisión en qué consisten, por qué se hacen y quiénes deberán pagar. Es como el chiste:
- En un juicio laboral pregunta el fiscal al acusado:
¿Es cierto que usted el día de los hechos se cagó "en los muertos" del denunciante, en "toda su puta familia", y en "la perra de su madre"? Respuesta del acusado:
No, no es cierto... Yo estaba tranquilamente trabajando en la fundición y entonces le dije: "Antonio, ¿tendrías la amabilidad de dejar de salpicarme en la espalda con el acero fundido? Es que resulta muy molesto..."
Contención frente al gasto y contención frente a las informaciones sobre la contención del gasto. El círculo se va cerrando sobre sí mismo y se alarga infinito en su propio reflejo; regar las plantas cuesta dinero, el césped no es gratuito, hay muchos inmigrantes gastando el suelo, los jardineros son unos vagos, los botellones ensucian mucho, etc., etc...
Toda esa metralla de mantras, sin embargo, no es sensacionalista, pues se basa en algo que, tristemente, nos afecta a todos: la crisis. De este modo, el hundimiento de la economía ha precipitado una realidad que deviene "sensacionalista" en sí. Una vez establecido esto, al multiplicar menos por menos tenemos más, o lo que es lo mismo: como las palabras que se limitan a explicar esa realidad son demagógicas, los mantras que pretenden justificarla, finalmente, no lo son.
Estas "palabras demagógicas" son entonces vencidas por la realidad y sus datos (especialmente los viernes): "7.000 millones de dinero público para Bankia". Efectivamente, ¿cómo exagerar semejante información sin que llueva sobre mojado, y más teniendo en cuenta que no hace ni dos semanas que se han cepillado 10.000 millones en educación y sanidad? ¿Y podrían ser éstas afirmaciones populistas, simplistas o sensacionalistas? Claro que podrían; pero lo terrible es que describen unos hechos certificados por los propios actores que los llevan a cabo y por los despidos, el aumento de la jornada laboral, la fuga de cerebros y otras tantas noticias que desafían hora tras hora nuestra capacidad de aguante.
Aunque quizá estemos exagerando, quién sabe...
Así pues, como estrategia para minimizar el impacto mediático, esas acusaciones son muy útiles. Si aparece aquel artículo que habla de robo, atraco, asalto al bolsillo del ciudadano (cosa que en este rincón hacemos habitualmente, unas veces con sentido del humor, otras no tanto) o cualquier otra expresión en la misma línea para referirse a la mencionada tasa, entonces es un demagogo. Para acabar de transformar la realidad en una información demagógica, entra en escena el experto en impuestos de parques, que nos aclarará con suma precisión en qué consisten, por qué se hacen y quiénes deberán pagar. Es como el chiste:
- En un juicio laboral pregunta el fiscal al acusado:
¿Es cierto que usted el día de los hechos se cagó "en los muertos" del denunciante, en "toda su puta familia", y en "la perra de su madre"? Respuesta del acusado:
No, no es cierto... Yo estaba tranquilamente trabajando en la fundición y entonces le dije: "Antonio, ¿tendrías la amabilidad de dejar de salpicarme en la espalda con el acero fundido? Es que resulta muy molesto..."
Contención frente al gasto y contención frente a las informaciones sobre la contención del gasto. El círculo se va cerrando sobre sí mismo y se alarga infinito en su propio reflejo; regar las plantas cuesta dinero, el césped no es gratuito, hay muchos inmigrantes gastando el suelo, los jardineros son unos vagos, los botellones ensucian mucho, etc., etc...
Toda esa metralla de mantras, sin embargo, no es sensacionalista, pues se basa en algo que, tristemente, nos afecta a todos: la crisis. De este modo, el hundimiento de la economía ha precipitado una realidad que deviene "sensacionalista" en sí. Una vez establecido esto, al multiplicar menos por menos tenemos más, o lo que es lo mismo: como las palabras que se limitan a explicar esa realidad son demagógicas, los mantras que pretenden justificarla, finalmente, no lo son.
Estas "palabras demagógicas" son entonces vencidas por la realidad y sus datos (especialmente los viernes): "7.000 millones de dinero público para Bankia". Efectivamente, ¿cómo exagerar semejante información sin que llueva sobre mojado, y más teniendo en cuenta que no hace ni dos semanas que se han cepillado 10.000 millones en educación y sanidad? ¿Y podrían ser éstas afirmaciones populistas, simplistas o sensacionalistas? Claro que podrían; pero lo terrible es que describen unos hechos certificados por los propios actores que los llevan a cabo y por los despidos, el aumento de la jornada laboral, la fuga de cerebros y otras tantas noticias que desafían hora tras hora nuestra capacidad de aguante.
Aunque quizá estemos exagerando, quién sabe...
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