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Hoy, la guerra de Ucrania y las sanciones de respuesta que la invasión rusa ha recibido de parte de Estados Unidos y la Unión Europea han creado una situación ejemplar. Hay un peligro de hambre en zonas del sur global sobre el que advierte el Programa Alimentario de la ONU (WFP).
Digo ejemplar por la evidente y conocida relación entre los desastres de la guerra y el hambre (según el WFP, el 60% de los hambrientos viven en zonas afectadas por la guerra y la violencia) que, en el caso ucraniano, incrementará el colectivo de los que sufren hambre aguda en el mundo en 47 millones. Es decir, el número de hambrientos pasará este año de 276 millones (nivel de preguerra) a 323 millones, según esa fuente. Pero ejemplar también por cómo se utiliza este problema con fines belicistas en un contexto de propaganda de guerra.
La guerra de Ucrania complica los impactos ya generados por otros conflictos: la pandemia, la crisis climática y los costes encarecidos por un incremento del precio del grano, que ya venía de antes, y por el transporte. El África subsahariana será el área más afectada. Egipto, Túnez, Turquía, Líbano, Siria, Argelia, Marruecos, Somalia, Etiopía y Sudán recibirán menos, y además más caro.
Este informe del WFP se publicó en marzo, pero la mayoría de nuestros medios de comunicación solo se hicieron eco de él en junio. Y con frecuencia, informaron mal.
Rusia y Ucrania responden por el 30% de la exportación global de trigo. Ambas son también grandes exportadoras de cebada, maíz, semillas de girasol y aceite de girasol. Gran parte de esa exportación va al sur, en Asia, Oriente Medio, África del Norte y subsahariana, donde se localizan algunos de los países más pobres del mundo, que ya estaban al límite por los efectos de las subidas de precios, el estrés producido por la pandemia y las habituales lacras: guerra, corrupción, desigualdad, mala administración...
Desde la OTAN se dice que el bloqueo ruso de los puertos ucranianos es el motivo del aumento cuantitativo del hambre que ONU y WFP anuncian y contabilizan. Pero Rusia exporta mucho más que Ucrania: el 20% del trigo, harinas y derivados, frente al 8,5% de Ucrania. Por eso, lo que no dice la OTAN, la UE y EE.UU. –y con ellos, el grueso de nuestros medios de comunicación– es que en la génesis de ese peligro las sanciones occidentales contra Rusia son mucho más significativas que el bloqueo ruso de puertos ucranianos.
Las sanciones impuestas a Rusia impiden la exportación del grano ruso. El 50% de ese grano –que es mucho más que todo lo que Ucrania exportaba desde sus puertos– se exportaba desde el puerto ruso de Novorosisk, en la costa oriental del Mar Negro. Como consecuencia de las sanciones, los barcos no pueden acceder a ese puerto a cargar. Las compañías de seguros no cubren el tráfico de esos barcos, y los barcos con bandera rusa no pueden usar las infraestructuras portuarias. Además, Rusia no puede cobrar ese comercio de grano, porque los sistemas de pago están bloqueados y los bancos internacionales cerrados para su actividad.
Las sanciones financieras impiden que Rusia cobre esas exportaciones e introducen el riesgo de que los pagos a través de bancos y sistemas controlados por los sancionadores sean confiscados, como ha ocurrido con los 300.000 millones de dólares rusos que estaban depositados en Estados Unidos (y con los 9.000 millones afganos, cuya apropiación, en revancha por la debacle militar en Afganistán, agrava el hambre en aquel desgraciado país, y con los miles de millones iraníes robados en respuesta a la revolución de 1979, y…).
El segundo aspecto por el que las sanciones agravan la situación tiene que ver con los fertilizantes. Su precio se ha incrementado a causa del aumento del precio del gas con el que se producen. Rusia y Bielorrusia son el primer y el sexto productor mundial de ellos, respectivamente. Juntas representan el 20% de la producción global. Y ambas están sometidas a sanciones.
Así que todo eso afecta a los precios. Y la subida de precios repercute directamente en las posibilidades de los más pobres para pagar sus alimentos: muchos de los que antes iban justos ahora no llegan, advierte el WFP.
No puede decirse, por tanto, como afirma el bloque UE/OTAN y EE.UU., que el responsable es Rusia, o que es solo Rusia. Obviamente hay una clara responsabilidad rusa por haber iniciado la invasión, responsabilidad inseparable de las circunstancias que la propiciaron también desde fuera de Rusia. Lo más diplomático que se puede decir es que hay una responsabilidad compartida. Y lo más objetivo es decir que las sanciones occidentales contra su adversario geopolítico en este conflicto son un factor de incremento del hambre más importante que el bloqueo de los puertos ucranianos, que los rusos están dispuestos a levantar bajo determinadas condiciones.
Pese a eso, el mensaje que nos envían los políticos atlantistas y sus medios de comunicación es inequívoco. El 24 de mayo, en Davos, la inefable presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, dijo que “Rusia está bombardeando silos en Ucrania, bloqueando barcos cargueros ucranianos llenos de trigo y girasol y acaparando su propia exportación de alimentos como una forma de chantaje. Eso es usar el hambre y el grano como recurso de poder”. (Wall Street Journal, 24 de mayo: “Ukraine-Russia War Is Fueling Triple Crisis in Poor Nations”).
“Debemos garantizar que esos cereales se envían al mundo, de lo contrario millones de personas pasarán hambre”, dice la ministra de exteriores canadiense, Melanie Joly.
Lo que se abre paso con estas declaraciones es una campaña para romper militarmente el bloqueo ruso de la costa ucraniana alegando “catástrofe humanitaria”. Es decir, una escalada militar aún más peligrosa.
Al día siguiente de la declaración de von der Leyen, el editorial del WSJ explicaba de lo que se trata bajo el titular, “Romper el bloqueo alimentario de Putin”: “El mundo necesita una estrategia para romper el bloqueo ruso de los puertos ucranianos para que se pueda exportar alimentos y otros productos, y eso significa un plan para usar barcos de guerra que escolten cargueros mercantes fuera del Mar Negro” (…) “el mundo civilizado deberá actuar pronto para evitar una crisis humanitaria aún mayor”. Putin está usando la “presión alimentaria global para que la OTAN y otras naciones accedan a una paz en sus términos”. Y el diario proponía “una coalición internacional de barcos de guerra” independiente de la OTAN para llevarla a cabo sin que Rusia pueda denunciar provocación.
La guerra va para largo. Los centros de poder y medios de comunicación occidentales abogan claramente por su eternización. El Kremlin tampoco está interesado en una negociación mientras no tenga un claro, o aparente, resultado de éxito militar que presentar como desenlace. Cualquier pretexto “humanitario” será, y es, explotado en ese contexto belicista. El incremento del hambre en el Sur no importa en Bruselas, ni en Washington, ni en Wall Street. Y para Moscú es un “efecto colateral” de las mal calculadas sanciones occidentales contra Rusia.
Fuente: https://ctxt.es/es/20220601/Firmas/40036/#.YrRaJjRcaQQ.twitter
El paleoantropólogo francés Yves Coppens, uno de los descubridores del célebre homínido "Lucy", considerado durante años como el más antiguo antepasado del hombre, falleció este miércoles a los 87 años, informó su editorial.
Nacido en Bretaña el 9 de agosto de 1934, hijo de un físico nuclear, Coppens siempre tuvo claro que quería estudiar la parte más escondida de la historia.
En 1974, junto con sus colegas Donald Johanson y Maurice Taieb, cuando excavaban en el valle del Afar, en Etiopía, hallaron un esqueleto casi completo de un individuo femenino datado en 3,2 millones de años, que decidieron bautizar como Lucy porque estaban escuchando la canción de los Beatles "Lucy in the sky with diamonds". Durante años se consideró que Lucy era un antepasado directo del "homo sapiens", hasta que, otros descubrimientos llevaron a pensar al propio Coppens que se trataba de otra especie, el Austrolopithecus Afarensis. Este hallazgo fue mundialmente reconocido y marcó un antes y un después en los conocimientos actuales sobre la prehistoria y la paleontología.
El descubrimiento de Lucy fue especialmente importante porque sus huesos mostraban señales de ser bípeda, es decir, de mantenerse erguida y andar sobre dos extremidades, una de las características definitorias en el desarrollo de los seres humanos.
Coppens fue también profesor emérito en el Collège de France, una de las instituciones educativas y de investigación más prestigiosas del mundo.
El paleontólogo participó en excavaciones en diversos países del mundo, como en Túnez, Argelia y Etiopía, y publicó a lo largo de su vida numerosos libros relatando sus descubrimientos.
Coppens, que también se dedicó a la docencia y a la investigación de las raíces de los seres humanos, estuvo fascinado por la historia, especialmente la prehistoria, desde una edad temprana, cuando ya mostró su pasión por las excavaciones. Una dedicación que le llevó a muchos rincones del planeta y que le convirtió en un rostro popular en Francia, donde su barba y bigote blancos aparecían en medios de comunicación para divulgar sus hallazgos.
Colaborador de dos presidentes, Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy, que apelaron a su sabiduría durante sus mandatos, Coppens presidió varias instituciones científicas en el país y publicó un millar de artículos. "Tenemos un origen único: todos somos africanos de origen, nacidos hace tres millones de años, y eso debería animarnos a la hermandad", sentenció.
Fuente: https://www.revistaadios.es/info-adios/1225/Yves-Coppens.html
Madrid acoge la cumbre de la OTAN en un contexto mundial de preocupante belicismo.
El Gobierno español se ha comprometido a aumentar en 12 mil millones de euros los gastos militares, lo que llevará a alcanzar el 2% el PIB en la próxima década. El presupuesto para las guerras aumenta mientras las políticas de paz -como la de cooperación, la sanidad o la educación- continúan debilitadas.
La apuesta por la diplomacia, el diálogo, la cultura de paz y la prevención de conflictos violentos debe situarse en el centro de las decisiones políticas. De no ser así, las consecuencias para la población mundial serán aún más graves de las que ya se están produciendo.
Pedir la paz es la única opción aceptable para garantizar la vida del planeta y evitar la guerra a las futuras generaciones. Los gobiernos apelan al realismo para justificar la fuerza de las armas; pero esta opción no es la solución. Nosotros los pacifistas somos los realistas, nosotras las pacifistas somos las realistas.
El encuentro de la OTAN que acoge estos días Madrid se produce en un contexto mundial muy preocupante y complejo. La agresión militar rusa a Ucrania ya ha causado la muerte de 4.432 personas civiles (a fecha 14 de junio) y ha generado una grave crisis humanitaria y de desplazamiento. Además, existen otros 30 conflictos armados activos que son un indicador más de la crisis civilizatoria, el auge del autoritarismo y el colapso ecosocial que vivimos, donde los impactos del cambio climático y el agotamiento de la energía fósil y de materiales, serán factores que alimenten futuros conflictos armados.
El último Índice de Paz Global destaca el impacto económico de la violencia en la economía mundial. El 10% del PIB mundial se destina a gasto militar, lo que supone 2.117 dólares por persona. Una cifra que va en aumento y que supone un 12,4% más que el año pasado.
En este contexto, la deriva belicista a la que estamos asistiendo impactará directamente en la vida de millones de personas; supondrá también un mazazo para el medio ambiente y el equilibrio de los ecosistemas; y alimentará la vorágine de lucha entre bloques y enfrentamientos entre “unos” y “otros”. Encuentros como el que se celebra estos días en Madrid echan más leña al fuego a una situación que ya es asfixiante.
La deriva hacia más violencia y guerra
Sin haber superado la grave crisis
social provocada por la pandemia, el incremento de los gastos militares y
la carrera armamentística se presentan como una opción inevitable fuera
de todo cuestionamiento y que se está normalizando en el discurso
público. España ya ha anunciado que aumentará el gasto en defensa hasta el 2% del PIB,
tal como establece la OTAN. Un aumento que supondría más del doble del
gasto actual es un despropósito en medio de la crisis multidimensional
que sufre la población española. También es un riesgo para la seguridad
porque alimentar una carrera de armas desembocará, inevitablemente, en
más violencias y guerras. Sin olvidar que esta decisión choca de frente
con el compromiso del Gobierno con el fomento de la paz y el desarrollo
sostenible, defendido por el presidente Pedro Sánchez de manera
reiterada. Llama la atención el presupuesto destinado a defensa frente
al que se destina a políticas de cooperación y derechos humanos, que
apenas alcanza un 0,25%.
Asistimos, además, a una militarización de las mentes, una escalada del discurso belicista muy preocupante en el que realidades complejas son explicadas como un simple enfrentamiento entre unos y otros. Tales narrativas justifican la carrera armamentística y una peligrosa instrumentalización de las personas. El análisis de las causas de los conflictos y sus múltiples consecuencias, la identificación de soluciones alternativas y la defensa de la cultura de paz son esenciales para frenar esta deriva.
Por todo ello, pedimos al Gobierno un giro radical de la política exterior y demandamos:
- El freno a los presupuestos militares. Es urgente frenar la escalada armamentística y garantizar que el dinero público se destine a políticas que garantizan los derechos humanos y seguridad colectiva, el desarrollo social y económico, la transición ecológica, la cooperación y la cultura de paz.
- La adhesión al Tratado sobre la Prohibición de Armas Nucleares, tal y como apoya el 89% de la población española.
- La priorización de la diplomacia para la solución de los conflictos. Es necesario abogar por el diálogo, la seguridad humana y el multilateralismo. El respeto por el derecho internacional y humanitario debe ser garantizado.
- El fomento de los discursos de paz. Es urgente desarmar la palabra; tanto por parte de responsables políticos como por los medios de comunicación. Los medios públicos deben fomentar el periodismo preventivo y el de paz deben ser promovidos con el fin de explicar con rigor las causas de los conflictos y sus conexiones con fenómenos globales como el agotamiento de las materias primas y la subida de precios. Es necesario también un periodismo de soluciones en el que se expliquen las alternativas pacifistas que demuestran que otros modelos son posibles.
- La promoción de los procesos de prevención, convivencia y cultura de paz. Procesos que deben ser apoyados por los Estados y las instancias internacionales y que deben contar con el protagonismo de las sociedades civiles implicadas; especialmente, las mujeres, quienes en todo el planeta y tal como reconoce la resolución 1325 de Naciones Unidas, han demostrado su enorme contribución a la paz. Es necesario apoyar a la diplomacia ciudadana con el fin de contrarrestar los discursos de odio y visibilizar las iniciativas colectivas pacifistas.
- La consolidación de las políticas de paz, cooperación y desarrollo, en coherencia con otras políticas públicas. Urge poner en el centro la sostenibilidad de la vida y fortalecer la diversidad de agendas (feministas, decoloniales, antirracistas, ecologistas, pacifistas…) para la construcción de alternativas socioeconómicas.
- El desarrollo de políticas de acogida integrales, que garanticen una protección y acompañamiento a las personas refugiadas para que puedan desarrollar sus proyectos de vida en el país de acogida.
- La modificación o eliminación de la Ley Mordaza con el fin de proteger la libertad de expresión y reunión en España, y la celebración de movilizaciones a favor de la paz.
- El fomento de la educación para la ciudadanía y la justicia global. Es esencial promover una educación que explique con rigor las causas de las violencias, las propuestas sociales alternativas y la cultura de paz.
- El cuidado del ecosistema de la paz. La guerra es el último y terrible paso de un camino de crecientes conflictos que deben ser enfrentados desde su origen. Es necesario evitar las violencias estructurales que pueden derivar en conflictos.
Pedimos también a la ciudadanía que no se deje arrastrar por este clima belicista, lo denuncie y se sume a las diversas iniciativas que se están promoviendo desde el pacifismo.
Las organizaciones de paz, derechos humanos y desarrollo trabajamos para construir relaciones, organizaciones e instituciones diferentes y para construir un mundo distinto. Pedir, nombrar, construir la paz no es naif, ni utópico, ni de hippies, ni de cobardes: es la única opción aceptable para garantizar la vida del planeta y evitar la guerra a las futuras generaciones. Los gobiernos apelan al realismo para proponer que la fuerza de las armas es la única vía para afrontar los conflictos; pero esta opción no es la solución. La militarización de las relaciones internacionales no evita las guerras sino que las promueve. Como decía Martínez Guzmán, nosotros los pacifistas somos los realistas, nosotras las pacifistas somos las realistas.
Fuente: https://coordinadoraongd.org/2022/06/ante-la-escalada-belicista-siempre-la-paz/
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Luis Alberto de Cuenca
HMS Bounty II, réplica de 1960 del HMS Bounty original, en una imagen de 2010. Este barco se hundió frente a las costas de Carolina del Norte en 2012 a consecuencia del huracán Sandy. |
El 26 de octubre de 1788, el barco Bounty de Su Majestad llegó a Tahití. El capitán era el Teniente de la Armada Real William Bligh, experimentado y capaz de terminar con éxito las misiones que le encomendaban. Era de los mandos que había acompañado a James Cook en su tercera expedición. La Bounty había partido del puerto de Spithead, en Inglaterra, frente a Southampton, el 23 de diciembre de 1787. Tenía 215 toneladas, construido en 1784, con 28 metros de largo y 7.6 metros de ancho. La tripulación la componían 46 hombres. Era un barco de carga que compró la Armada Real para el viaje a Tahití en una expedición, promovida por la Royal Society, con el objetivo de recoger plantones del árbol del pan en Tahití y llevarlos al Caribe para replantarlos, iniciar su cultivo y cosechar un alimento barato para los miles de esclavos que se traían de África a las plantaciones de las Antillas. Contaré esta historia con la ayuda del extraordinario relato periodístico, titulado “Los amotinados de la Bounty”, que Julio Verne publicó en 1879.
El árbol del pan, de nombre científico Artocarpus altilis, procede de antepasados del mismo género de Filipinas y las islas Molucas, al sur de Filipinas y que, ahora, pertenecen a Indonesia. Su origen está en el oeste del Pacífico. Las migraciones humanas, de oeste a este, por las islas del Pacífico, llevaron el árbol del pan a Oceanía y evolucionaron, por cultivo y selección, en la especie, Artocarpus altilis, que conocemos ahora. A partir del siglo XVII, los navegantes europeos lo llevaron a todas las zonas tropicales del planeta y, especialmente, a las Antillas.
Hojas y fruto del árbol del pan. Foto: Wikimedia Commons |
Seis meses permaneció la Bounty en la isla de Matavai, en el grupo de Tahití, mientras recolectaban los plantones del árbol del pan. Allí, la tripulación encontró amigos y parejas entre los tahitianos. Cargaron 1015 ejemplares del árbol del pan hasta llenar la bodega.
Cuando Bligh ordenó partir para llevar la carga al Caribe, la tripulación no quería hacerlo, estaban a gusto en Tahití. Pero partieron, y el 28 de abril de 1789, con la Bounty en el mar, camino al Caribe, estalló el motín a bordo. Fletcher Christian, segundo de a bordo, junto a 18 miembros de la tripulación, se amotinó contra el capitán Bligh. Abandonaron al capitán y a los que no se amotinaron en una barca y, después de 47 días de viaje y 6500 kilómetros, llegaron a Timor, fueron rescatados y regresaron a Inglaterra.
Isla Pitcairn. Foto: Wikimedia Commons |
Los amotinados eran 29 que, bajo el mando de Fletcher Christian, partieron en la Bounty y regresaron a Tahiti. Pronto empezaron los problemas entre los amotinados. Unos querían quedarse en Tahití y otros huir y esconderse en alguna isla del Pacífico. Christian, con nueve amotinados, seis tahitianos y 13 tahitianas más una niña, cargaron el barco con plantas y animales necesarios para instalarse en otra isla y marcharon de noche de Tahití. Los tahitianos fueron invitados a una fiesta en el barco que zarpó durante la noche, y los amotinados los raptaron. Su intención era llegar a la isla Pitcairn y refugiarse en ella.
Al llegar a la isla, el 15 de enero de 1790, quemaron el barco para borrar su rastro y que no les encontrase la vengativa y justiciera Armada Real. Todavía se ven los restos de la Bounty en la costa de la isla y los isleños celebran cada 23 de enero el aniversario quemando una maqueta de pequeño tamaño del barco.
Bounty Bay, en la isla Pitcairn, a donde llegó la Bounty y fue quemada. |
Para 1794 quedaban cuatro de los amotinados. Habían continuado las peleas entre ellos, sobre todo por las mujeres de Tahití que les acompañaban. Incluso Christian fue acuchillado por un tahitiano en una pelea. Fueron años de alcohol, violaciones y asesinatos, y para 1800 solo quedaban dos amotinados, Young y Adams, y el primero murió de una ataque de asma. En la isla sobrevivió Adams como único hombre, con seis mujeres tahitianas y unos veinte niños que llevaban los apellidos de los amotinados. Todavía los utilizan los habitantes actuales de la Isla Pitcairn que descienden de aquellos marineros amotinados .
John Adams recuperó una Biblia de los libros que iban en la Bounty, volvió a la religión y a las buenas costumbres, llegó la paz, la isla prosperó y la población creció. Unos años más tarde, la Armada Real los encontró.
Era 1814, décadas después del motín, cuando dos barcos de guerra ingleses, el Briton y el Tagus, a las órdenes del capitán Thomas Staines, navegando por el centro del Pacífico Sur, encontraron una pequeña isla volcánica, con 9.6 kilómetros de circunferencia, unos 4 kilómetros de longitud, 4.35 kilómetros cuadrados de superficie y un cono volcánico que, en su punto más alto, alcanzaba los 300 metros. La había descrito años atrás el explorador Philip Cateret, que había descubierto la isla el 3 de julio de 1767. Fue bautizada como Pitcairn en recuerdo de uno de los marineros que primero habían desembarcado en ella. Era una isla montañosa, pequeña, volcánica y con unas costas escarpadas, casi sin playas ni puertos accesibles. Ahora es el último Territorio Británico de Ultramar en el Pacífico. Por cierto, había una copia de los diarios de viaje de Cateret en la Bounty y sirvió de guía a Fletcher Christian para encontrar la isla y refugiarse en ella.
El Briton y el Tagus fueron recibidos por una pequeña embarcación con dos hombres que se presentaron como descendientes de los amotinados de la Bounty. Para 1856 los descendientes de los amotinados eran 196 y el gobierno británico consideró que la isla no tenía suficientes recursos para mantenerlos y los trasladó a la isla Norfolk, más cercana a Nueva Zelanda y Australia y a unos 6000 kilómetros al oeste de la isla Pitcairn. Quedó deshabitada pero, un par de años más tarde, 16 de los trasladados regresaron y, en otros cinco años, lo hicieron 27 más. En la actualidad, en la isla Norfolk hay 1600 residentes permanentes y, según el censo de 2006, la mitad descienden de los amotinados que no volvieron a Pitcairn.
Los que quedaron en Norfolk, años después, en 2015, sirvieron a Miles Benton y su grupo, de la Universidad Tecnológica de Queensland, en Australia, para estudiar su ADN. Lo analizaron en las mitocondrias, heredado por vía materna, y en el cromosoma Y del núcleo, que solo se encuentra en los hombres.
Habitantes de la isla Pitcairn en 1916 |
Los resultados confirman lo que había supuesto Miles Benton, según la historia que conocía de los habitantes de la isla Pitcairn: el ADN mitocondrial es de linaje polinésico, de las únicas mujeres que llegaron a la isla, las tahitianas que secuestraron Fletcher Christian y sus hombres; y el cromosoma Y tiene su origen en Europa ya que viene de los marineros europeos amotinados en la Bounty. Dos siglos después y once generaciones más tarde, el ADN confirma el origen genético de los descendientes de la Bounty. Más de siglo y medio después, en los primeros años del siglo XXI, en la isla Pitcairn, en 2014, quedan 56 habitantes.
El motín de la Bounty y los hechos y aventuras que le siguieron son populares y han aparecido, según Maria Amoamo, de la Universidad de Otago, en Nueva Zelanda, en unos 1200 libros, más de 3200 artículos en periódicos y revistas, en documentales e, incluso y lo que más difusión le ha dado, en tres superproducciones de Hollywood con mucho presupuesto y grande estrellas como protagonistas. Es Maria Amoamo la mayor especialista sobre la población actual de la isla Pitcairn. Vivió en la isla entre 2008 y 2013, más o menos dos años y medio, acompañando a su marido, médico de profesión y contratado por el gobierno británico para cubrir el servicio sanitario en la isla. Durante su estancia, Maria Amoamo contactó con la población, aprendió de su modo de vida y tomó numerosas notas y fotografías de las actividades cotidianas en la isla. Con ello completó su proyecto postdoctoral en la Universidad de Otago.
El futuro de la isla y de sus habitantes se basa, en la actualidad, en el turismo y en los cruceros que llegan para visitarla. Para atraer visitantes tiene su historia, tan conocida y propagada, sobre todo por Hollywood, una historia que crea morbo y lleva a los turistas a Pitcairn a conocer a sus habitantes, descendientes de los amotinados de la Bounty, y, también, tiene la naturaleza, aun poco conocida y todavía menos publicitada. Como ejemplo sirve el estudio de Alan Friedlander y su grupo, de la Sociedad Geográfica Nacional de Estados Unidos, en las cuatro islas del grupo Pitcairn: Ducie, Henderson, Oeno y Pitcairn. Han recogido animales y algas en 97 lugares de las costas de estas islas entre 5 y 30 metros de profundidad, y han explorado con cámaras de video 21 puntos entre 78 y 1585 metros.
Los resultados son espectaculares, con nuevas citas de especies conocidas de otras zonas del Pacífico y algunas especies nuevas todavía sin describir. Los autores proponen que, por su gran biodiversidad y la rareza de las especies encontradas, deben protegerse las costas de la todas las islas del grupo.
Pero ya en 1995, T.G. Benton, de la Universidad de Cambridge, comparó la basura de las playas de las islas Ducie y Oeno, del grupo Pitcairn y deshabitadas, con la basura de la playa Inch Straud, en el sudoeste de Irlanda. Y, sorprendentemente, no encontró mucha diferencia. En el Pacífico hay botellas de cristal y de plástico, y boyas de pesca, y en Irlanda abundan los envoltorios de chucherías y las bolsas de plástico. Como ejemplo, de las 130 botellas de vidrio encontradas en las playas de la isla Ducie, 41 venían de Japón, 11 de Escocia y 9 de Gran Bretaña, y la mayoría eran de whisky.
Basura en Pitcairn. Fuente: newshub.co.nz |
Y 20 años más tarde, como veíamos hace unas semanas, es evidente que la contaminación en nuestro planeta ya es un problema global, sin límites geográficos, y llega a lugares tan apartados como estas solitarias islas del centro del Pacífico. Fueron Jennifer Lavers y Alexander Bond, quienes visitaron la isla Henderson del grupo Pitcairn, deshabitada y conocida como un paraíso para las aves. Pero, cuantificaron los plásticos de sus playas y se encontraron que era uno de los lugares con más plásticos de todos los mares del planeta. En las playas, había de 20 a 670 fragmentos de plástico por metro cuadrado, y en los fondos frente a la costa, el número era de 53 a 4500 fragmentos por metro cuadrado.
Cada día llegan a la isla, arrastrados por las corrientes oceánicas, entre 17 y 268 nuevos fragmentos. Y, no hay que olvidar, que es una isla deshabitada, es decir, todo el plástico viene del exterior y, además, de lugares muy lejanos, algunos a miles de kilómetros. Los autores detectan que los restos de plástico relacionados con la pesca llegan desde China. Japón y Chile.
Para terminar, años más tarde del famoso motín, el entonces Vicealmirante William Bligh, al mando del Assisstance, partió de nuevo hacia el Pacífico para llevar el árbol del pan a las Antillas, y lo consiguió. En la actualidad, el árbol del pan es un alimento barato y popular en el Caribe.
Fuente: https://culturacientifica.com/2019/08/15/la-isla-pitcairn-y-el-motin-de-la-bounty/
Fotografía: Miguel Riopa / Getty. |
La tradición no es la historia. La tradición es la eternidad. (Castelao)
El Palermo se hundió en la costa de Muxía en 1905. El barco llevaba un cargamento de acordeones que, con el movimiento de las olas, traían a tierra una especie de cantar de los ahogados, una marcha fúnebre acuática del más allá que aterrorizó a la gente del pueblo.
Una nave de cabotaje que suelta amarras un día de temporal deambula por la ría de Bergantiños y encalla suavemente en un bajo de arena, en una maniobra casi perfecta; cuando van a rescatar la embarcación se encuentran con que solo hay un tripulante: un gato.
Dicen que a bordo del HSM Serpent iba un cofre con monedas de oro que se perdió en el naufragio. Paco de Bajeras, marinero y buzo de Camelle, contaba la historia de los pulpos que vivían en el pecio hundido y que eran capturados por las nasas con monedas de oro de una libra esterlina pegadas a los tentáculos.
Lo extraordinario no es que un barco se hunda y que la tripulación muera, sino que el propio mar llore la pérdida, que un gato sea capitán de navío o que solo los pulpos tengan acceso al tesoro. Las leyendas se forjan así, con la complicidad de la realidad, y los que viven en medio de ellas solo tienen que añadir un poco de talento narrativo.
Lo sobrenatural
El mar ha sido la primera gran frontera de lo desconocido con que la humanidad ha tenido que enfrentarse. Durante siglos la navegación ha supuesto lo mismo que la exploración espacial hoy en día, un medio hostil y fascinante que fue perdición y fortuna de miles de hombres. Una conquista, un desafío y una aventura aterradora en la que bastaba un pequeño error de cálculo para que todo se echase a perder.
Aunque hoy la idea que tenemos de naufragar se ajusta perfectamente a su significado etimológico1, las implicaciones tanto legales como místicas de un accidente marítimo no ha sido inmutables en el tiempo.
Basta recordar la Biblia, cuando el apóstol Pablo enumera los padecimientos que ha sufrido por causa de su fe y que menciona específicamente: «Tres veces naufragué, estuve una noche y un día como hundido en alta mar a punto de sumergirme»2. Resulta curioso a primera vista que estos sucesos estén narrados al mismo nivel de vivir la persecución por haberse hecho cristiano y predicar porque, a nuestros ojos, un naufragio no es más que un accidente. Pero no era así antes, igual que la idea de enfermedad era una maldición, el naufragio significó durante mucho tiempo que Dios había dejado de proteger a la embarcación: era una especie de prueba de fe y de lealtad.
Desde el principio de los tiempos, la fe y la superstición han estado aliadas para relatar las historias que tienen que ver con lo que ignoramos, con lo desconocido, y por eso el mar está lleno de relatos. Allí donde entra la fe, inevitablemente, entra la superstición y, como consecuencia, crece la leyenda.
Los ancestros
Alrededor del 450 a. C. el explorador y navegante cartaginés Hilmicón realiza un viaje por el océano Atlántico3; su objetivo es hacerse con el monopolio del estaño de las islas Casitérides, frente a la costa Oestrimnia4. Seguramente para disuadir a otros comerciantes, quiso dejar su impresión «acerca de la dificultad de navegar por sus oscuras aguas llenas de monstruos y bestias marinas».
En el siglo II a. C. Décimo Junio Bruto inicia su campaña para conquistar las tierras galaicas; yendo hacia el norte por Lusitania, las legiones se encuentran con el río Limia, que confunden con el Leteo, el río del Hades que borraba la memoria a quien bebía de él, y los legionarios se niegan a cruzarlo. Décimo Junio Bruto coge el estandarte de sus legiones, cruza el río él solo y desde la otra orilla empieza a llamar uno por uno a sus hombres, recordándoles en qué batallas habían estado juntos, quitándoles así el miedo a pasar a la otra orilla.
No solo el desafío al río del olvido es un éxito: la campaña militar arrasa y Roma se hace con el control de las tierras galaicas. Las legiones terminan su paseo triunfal viendo el atardecer en Finisterre y se asustan al ver el sol hundirse en las aguas del océano. Podían desafiar al río del Hades, matar y someter a los pueblos, pero no estaban preparados para ver la inmensidad del horizonte devorando al sol desde lo alto del acantilado. Ese miedo que sintieron debía de parecerse bastante a lo que hoy llamamos mirar al abismo y que el abismo te devuelva la mirada.
Álvaro Cunqueiro solía recordar esta parte de nuestra historia para explicar el carácter gallego. Cuando alguien vive en un clima duro, al lado de un mar constantemente embravecido, limitado al sur por el río del olvido y al norte por el fin de la tierra conocida, un lugar donde cualquiera que se acerque a la costa puede ser un invasor, ser desconfiado no es un defecto de carácter, es un modo de vivir, y el humor negro, el único humor posible.
Los hechos probados
Que la Costa da Morte es la que más naufragios tiene catalogados en España es un hecho indiscutible5; el fondo marino es un gigantesco cementerio de barcos de todas las épocas. Al ser desde el principio de los tiempos un lugar de paso importantísimo de rutas comerciales, unido a las duras condiciones de la mar, el clima, la mala señalización de la costa, la dificultad para maniobrar de algunos barcos o, simplemente, los errores humanos, se acumularon año tras año las noticias trágicas de barcos destrozados contra las rocas, mercancías perdidas y tripulaciones ahogadas. Por todo eso debería ser difícil escoger un solo naufragio cuyo relato refleje, como un crisol, la historia concentrada de esta esquina escarpada del mundo. Debería, como digo, ser difícil y, sin embargo, no lo es tanto.
El HSM Serpent, un crucero torpedero de tercera clase de la Armada inglesa, zarpa del muelle de Plymouth el 8 de noviembre de 1890 a las dos de la tarde. Se dirige a África del Sur para sustituir a las tripulaciones de otros barcos británicos destinados allí.
Apenas abandonan el puerto, el barómetro de a bordo empieza a descender bruscamente, anunciando tormenta. La travesía empieza a complicarse, el capitán se da cuenta de que la deriva los ha desviado hacia la costa de Santander y corrigen el rumbo. Unas horas más tarde, ya frente a las costas gallegas, el capitán, Harry L. Ross, intenta varias veces rectificar el rumbo y alejarse de la costa, pero olvida medir el calado con la sonda y no se da cuenta de que está a punto de embarrancar; la oscuridad y el temporal hacen el resto. La noche del 10 de noviembre el Serpent se queda encallado en Punta do Boi, en medio de la nada, y en la oscuridad de la noche se parte en dos y el capitán ordena un «sálvese quien pueda».
De repente sentimos el golpe, el comandante gritó la orden de arriar botes. Hubo tiempo, además, gracias a la rapidez del comandante y a su serenidad, para disparar el cañón lanzacabos. Pero todo fue inútil. El oleaje era terrible y el cable no llegó a tierra. El Serpent tardó en hundirse tres cuartos de hora, y todos los tripulantes, menos los que estaban enfermos, subieron a cubierta. (Testimonio de Benjamin Bourton, superviviente del Serpent)
A la mañana siguiente, mientras los vecinos y el cura de la parroquia de Xaviña asisten a los supervivientes, los primeros tres cadáveres llegan flotando a la playa de Trece, al día siguiente aparecerán diez más. La primera noticia oficial del naufragio es un telegrama del 13 de noviembre de 1890 enviado desde Carballo: «Vapor de guerra Serpent de nación inglesa a pique, ciento setenta y seis hombres de dotación de los cuales se salvan milagrosamente tres, en la zona de Camariñas».
En su relato del naufragio, uno de los supervivientes hace constar que Punta do Boi no estaba señalada en la carta marina. La prensa local se hace eco de la noticia y culpa al gobierno central de tener a Galicia completamente desatendida, por la falta de medios y de infraestructuras. Por su parte, el diario británico The Times especula con la idea de que unas supuestas masas de hierro en las montañas gallegas hubiesen afectado a las agujas de las brújulas y motivado el naufragio6. Información que, por supuesto, tuvieron que desmentir más tarde: el tribunal de la Marina Real británica atribuyó la pérdida del barco a un error de los oficiales, que trazaron mal el rumbo de navegación.
Pasan las horas y los muertos siguen apareciendo por docenas en la costa; es necesario buscar una solución, así que el domingo 16 de noviembre se da sepultura a cuarenta y ocho cadáveres en Porto do Trigo, en la parroquia de Xaviña. Los cadáveres llegan tan destrozados a la costa que el párroco tiene que amenazar con la excomunión a algunos vecinos para que sigan ayudando en las labores de rescate.
El párroco de Xaviña, el señor Carrera Fábregas, discute con el cura de Camariñas porque este se niega a consagrar a las víctimas del Serpent y decide bendecir él mismo el camposanto improvisado que, desde el 21 de noviembre de 1890 y hasta hoy, se llama el Cementerio de los Ingleses.
Desde Gibraltar, el gobierno británico había enviado al buque Sunfly para rescatar del pecio del Serpent dos cofres llenos de monedas de oro y plata que, al parecer, eran para el pago del jornal de las tropas coloniales desplegadas en África del Sur. Pero la memoria popular dice que solo pudieron rescatar una, y que la otra quedó en poder de los pulpos que habitaban los restos del Serpent y que por eso aparecían de vez en cuando en las nasas con monedas de oro pegadas a las ventosas.
Hasta el 30 de noviembre arribaron cadáveres a la costa, todos fueron enterrados en el Cementerio de los Ingleses, en total ciento cuarenta y dos. Hasta el momento es la única necrópolis registrada en Europa dedicada específicamente a los muertos de un solo barco.
La tragedia del Serpent aceleró la puesta en marcha de un nuevo faro en el cabo Vilán. El gobierno español aprobó al año siguiente un presupuesto de 158 500 pesetas para construir un faro de primer orden. Se inaugurará el 15 de enero de 1896 y se convertirá en el primer faro de luz eléctrica de España; su haz de luz se verá hasta una distancia de ochenta millas.
Fotografía: Xurxo Lobato / Getty. |
La leyenda
Nadie acaba de ponerse de acuerdo en dónde empieza y dónde termina geográficamente la Costa da Morte. Hay quien dice que va desde el cabo Finisterre hasta las islas Sisargas, otros que desde Muros hasta A Coruña, pero todos estamos de acuerdo en que es un tramo de unos cien kilómetros de costa. Tampoco está muy claro quién decidió llamarla así, parece que la primera mención oficial del topónimo fue en el diario coruñés El Noroeste, en enero de 1904. Así que, aunque parezca que la hemos llamado Costa da Morte toda la vida, en realidad el nombre tiene, oficialmente, poco más de un siglo. Se supone que los ingleses también la llamaban coloquialmente Coast of Death, y así lo dejó escrito Annette Meakin en 19087.
Esta falta de concreción nos recuerda que, en realidad, hay lugares comunes a los que se llega por inercia más que por intención. La Costa da Morte lleva desde que la humanidad se echó al mar forjando su propia leyenda, en la que han intervenido el paisaje, el clima, la historia, los naufragios, la prensa, el folclore, la pobreza, la superstición, el miedo, el testimonio oral y la literatura. Un lugar donde los restos de los naufragios podían ser una bendición para una población miserable que tenía marisco pero no tenía pan, donde las campanas de las iglesias de la costa lo fueron antes de barcos hundidos, donde vivían preparados para embarcarse y no volver nunca más. Un lugar donde la peor desgracia imaginable no es perder a alguien en el mar, es que el cadáver nunca aparezca, que sea alimento para los peces.
Dicen que cuando estalló la guerra civil dejó de medirse el tiempo por los naufragios, todo pasó a suceder antes o después de la guerra. Por suerte, además, las condiciones de navegación y los medios técnicos de los que disponen los marinos no son tan precarios como en la primera mitad del siglo XX y las catástrofes son mucho más esporádicas y se cobran menos vidas. Sin embargo, como una especie de semilla que se resiste a morir, incluso quienes hemos nacido en las ciudades tenemos en nuestro recuerdo los naufragios de nuestra vida. Yo nací después del Urquiola, recuerdo vagamente escuchar hablar en casa del naufragio del Casón, pero lo que nunca se me olvidará es ver arder el mar Egeo y la nube negra que asoló A Coruña un 3 de diciembre de 1992 a las diez de la mañana8.
Fuente: https://www.jotdown.es/2022/06/costa-da-morte-leyenda/