El pasado mes de junio, la Internacional Progresista organizó una cumbre de emergencia para reclamar el reparto equitativo de vacunas contra la covid-19 en el mundo. Varsha Gandikota-Nellutla y Ana Caistor Arendar, miembros de la organización, manifestaron entonces su alarma ante la situación de profunda desigualdad que presenta la distribución –o falta de ella– de las vacunas: ‘‘Hasta la fecha, los países del G7 han comprado más de un tercio del suministro mundial, a pesar de que sólo representan el 13% de la población humana. Por su parte, África, con sus 1.340 millones de habitantes, ha vacunado a un escaso 1,8% de su población’’. La cumbre contó con la participación de líderes de países del sur global, y también del norte. Entre ellos, estaba Jeremy Corbyn (1949, Chippenham, Reino Unido). El que fuera jefe del Partido Laborista británico hasta 2019 contesta por correo las preguntas de CTXT acerca del reparto obscenamente desigual de las vacunas, y sobre un sistema sanitario global destrozado por las privatizaciones.
Usted es un aliado de los países del sur global que están sufriendo las consecuencias más duras de este apartheid vacunal. ¿Cuáles son los resultados de que el Reino Unido esté acumulando dosis de las vacunas?
Deberíamos empezar por preguntarnos qué recursos son necesarios para vacunar a todo el mundo lo más rápido posible, no qué recursos no les importa compartir a los países más ricos. El mecanismo COVAX para donar vacunas ya dejó una serie de promesas rotas en su nacimiento, lo cual no es sorprendente dada su impotencia a la hora de lidiar con las prohibiciones de exportación y la acumulación de vacunas. La solidaridad, no la caridad –en forma de un plan de acción de la OMS por la igualdad vacunal–, es lo único que puede solucionar esta crisis.
La acumulación de vacunas hará que todos estemos más desprotegidos, pero también es lamentable que los países más ricos puedan usar un sistema de comercio amañado para denegar el acceso a la vacunación a la gran mayoría de la población mundial. Necesitamos construir un movimiento en todas partes para poner la salud pública por delante de las demandas del complejo farmacéutico-industrial (Big Pharma). Solo una presión sostenida y amplia sobre los gobiernos del norte global empujará a los países más ricos hacia una política de levantamiento de las protecciones de propiedad intelectual de las vacunas, como ha ocurrido en Estados Unidos.
Su lucha por un sistema sanitario que funcione para la mayoría es conocida. ¿Cómo cree que el profundo fracaso en la distribución de las vacunas revela la disfunción e inhumanidad del hegemónico sistema sanitario privatizado?
Socialistas y progresistas del Reino Unido prometen cultivar la solidaridad más allá de nuestras fronteras, presionar a nuestro Gobierno para que cambie de dirección y desafiar un sistema de comercio manipulado que de forma rutinaria impide que medicinas vitales lleguen hasta quienes más las necesitan. El Reino Unido es una gran base de pericia científica con un sistema de salud de enorme calidad. Hubiéramos estado en una posición privilegiada para manejar un desastre de esta magnitud. Pero desafortunadamente los conservadores, el partido que gobierna, llevan una década haciendo aumentar las desigualdades, incluida la desigualdad en el ámbito de la salud, a través de una economía de bajos salarios y pocos derechos. Han recortado en sanidad y otros servicios públicos. El resultado de esas políticas es que el Estado depende de gigantes mercantilistas para llevar a cabo funciones básicas. Este régimen de desigualdad, recortes y privatizaciones –así como la decisión de, en lo peor de la crisis, obedecer a las demandas de los mercados, no de los científicos– nos dejó con una de las crisis de coronavirus más severas del mundo. No podemos permitir que un desastre como este se repita nunca más. Yo seguiré luchando para que el Reino Unido deje de apoyar este sistema de comercio amañado, porque haga su parte para asegurarse de que el mundo sea vacunado lo más rápidamente posible y para poner fin a los recortes y la privatización de nuestro propio sistema sanitario y de la investigación médica. Nuestra salud es demasiado importante como para dejarla en manos de especuladores.
Muchos en la izquierda, incluidos reconocidos economistas como el profesor Richard Wolff, se sienten profundamente esperanzados al verle poner el foco en la democratización del lugar de trabajo. ¿Cómo impactaría en la manera en la que cuidamos de nuestra salud un mundo de cooperativas, de organización democrática? ¿Cómo funcionarían la producción y distribución de vacunas en esta realidad alternativa?
Hay un potencial inédito en países del sur global, incluida India, que podría ayudar a terminar con esta crisis, pero permanece inutilizado debido a la intransigencia de corporaciones y una mayoría de las economías más ricas del mundo. Debemos reaccionar ante la crisis desarrollando un plan global para garantizar acceso abierto a las vacunas y los tratamientos para la covid-19, para construir y expandir instalaciones de producción alrededor del mundo, y para llevar a cabo un marco de distribución equitativa. Quiero ver un plan realmente global que reconozca el papel de cada nación y su gente en vacunar al mundo, que pueda proveer un modelo para terminar con otras enfermedades y causas de muerte prevenibles. Y no podemos olvidar el rol de los trabajadores –en la sanidad y en cualquier ámbito, de la ciencia a la fabricación y la agricultura– para mantener a las sociedades funcionando durante esta crisis, a menudo exponiéndose a sí mismos a grandes riesgos en un contexto de fracaso sistémico. Los trabajadores saben mejor que nadie cómo llevar los servicios que proveen, y en ningún ámbito es esto más cierto que en el sanitario.
¿Qué puede hacer cualquier persona progresista en pueblos y ciudades alrededor del mundo para luchar contra el lamentable apartheid vacunal que estamos experimentando?
Nadie estará a salvo hasta que todo el mundo esté a salvo. La crisis del coronavirus ha demostrado lo conectados que estamos, y cómo la manera en la que se trata a quienes son más vulnerables nos afecta a todos. Cuanto más tiempo permanezcan sin vacunar personas de cualquier lugar, más posibilidades hay de que variantes resistentes a las vacunas arruinen todo nuestro progreso. Este es un planteamiento que debemos seguir repitiendo constantemente en el norte global, dirigiéndolo hacia nuestros propios gobiernos. Pero alrededor del mundo podemos armarnos con argumentos y hacer que nuestras demandas sean escuchadas. Estamos obligados a hacerlo si queremos salir de esta crisis. Las impactantes desigualdades sanitarias que moldean vidas y esperanzas de vida en el mundo son prevenibles, evitables y no podemos permitir que continúen. Si podemos ganar el debate sobre el internacionalismo de las vacunas y demostrar qué ocurre cuando reconocemos y tratamos las injusticias inherentes al sistema actual, estaremos en una posición mucho mejor para tratar la crisis climática y cualquier otra amenaza que se vea empeorada por la extrema desigualdad dentro de y entre países.
Fuente: https://ctxt.es/es/20210701/Politica/36743/#.YP8A5-Q7gKA.twitter
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