Fue uno de los grupos musicales más
importantes de la historia. Durante apenas seis años de existencia gozó
de un enorme éxito y sembró las semillas de una influencia casi
universal sobre el mundo del rock. Su carrera explotó de forma
meteórica: en menos de dos años pasaron de no ser nadie a codearse con
la realeza del negocio, pero el final llegó con igual rapidez y su breve
existencia terminó entre agrios choques de personalidades, demandas
judiciales y rencores que en algún caso se prolongaron hasta la muerte.
La crónica de Creedence Clearwater Revival es la de
cómo el éxito puede destruir a una banda. Nunca sabremos qué hubiese
dado de sí de haber continuado unos años más, pero su herencia, desde
luego, basta para situarlos a la altura de los más grandes. De los siete
álbumes que publicaron, por lo menos cinco son una maravilla y da igual
cómo los ordene uno en cuanto a calidad… cada cual tendrá sus
favoritos, cada cual pensará que el disco X es un poco mejor que el Y, o
viceversa, pero es una discusión bizantina: esos discos no desmerecen
entre sí. «La Creedence», como decimos en España —nunca he sabido el
porqué del femenino, pero lo mantendremos por aquello de la costumbre—
es básicamente uno de los buques insignia del rock de todos los tiempos.
Su historia empezó como la de muchas otras bandas de su tiempo. John Fogerty, Doug Clifford y Stuart Cook se conocieron en el instituto, donde formaron un trío instrumental llamado The Blue Velvets. A principios de los sesenta se convirtieron en la banda de acompañamiento de Tom Fogerty,
el hermano mayor de John, que entonces ejercía como cantante. Allí
estaban ya los cuatro miembros de la Creedence, aunque por aquel
entonces no tenían un estilo demasiado característico e imitaban el
sonido de diversos artistas de los años cincuenta, con énfasis en las
baladas y el rock & roll más melódico.
Aquel estilo, claro, iba a quedar repentinamente anticuado debido a la explosión de los Beatles.
Más o menos por la época en que firmaban contrato con la Fantasy
Records, el grupo empezó a sufrir cambios internos. El pequeño de los
Fogerty, John, era con diferencia el más talentoso de los cuatro y no
tardó en convertirse en la principal fuerza creativa dentro del grupo.
Primero se hizo con el puesto de cantante porque su voz tenía más
personalidad que la de su hermano mayor Tom, quien quedó relegado al
puesto de guitarrista rítmico. También empezó a hacerse cargo de la
composición. Como consecuencia, el estilo de la banda empezó a cambiar:
el estilo años cincuenta fue sustituido por un sonido más cercano al de
otras bandas hippies californianas. Ahora sí, aquello empezaba a sonar más parecido a la futura Creedence.
El dueño de Fantasy Records, Saul Zaentz, estaba encantado con el trabajo de The Golliwogs,
pero les dijo —seguramente con bastante razón— que con aquel nombre no
iban a llegar a ninguna parte. El grupo respondió proponiendo uno nuevo,
extraño pero muy sonoro, que era original, tenía mucho gancho y
resultaba fácil de recordar: Creedence Clearwater Revival (¡una
maravilla de nombre!). Por si alguna vez se han preguntado por su
sentido, lo cierto es que no tiene un significado particular. Surgió
como un galimatías sacado del microcosmos de la banda. «Creedence» era
el homenaje a un compañero de trabajo de Tom Fogerty, un conserje negro
llamado Credence Newball a cuyo nombre añadieron una
«e» para hacer un juego de palabras con «creed» (credo), buscando
expresar algo parecido a honestidad y sinceridad, valores muy de la
época. La palabra «Clearwater» la sacaron del anuncio de una marca de
cerveza, Olympia, aunque también les gustaba el término por sus
implicaciones ecologistas. Y lo de «Revival» era como un chiste que
aludía a la transformación del grupo: eran los mismos cuatro componentes
de antes, pero con un nuevo nombre, nuevas funciones, un nuevo estilo.
Atrás quedaba la estética en plan años cincuenta. Poco podían imaginar
entonces cuán alto les iban a llevar todos esos cambios.
Foto: DP |
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