sábado, 20 de octubre de 2012

De calcetines y electricidad

  Mediado el siglo XVIII, cuando la electricidad era una moda furiosa, un científico aficionado describió ante la Royal Society de Londres lo que vendría a conocerse como ley de Symmer: los calcetines de colores opuestos se atraen mientras que los del mismo color se repelen. El conferenciante, un funcionario del gobierno llamado Robert Symmer, tenía la costumbre de llevar dos pares de calcetines en invierno para mantener sus pies calientes. Por la mañana solía ponerse unas medias de seda blancas por encima de un par de calcetines negros. Por la tarde, los invertía. Durante la transición, los dos materiales crujían y chasqueaban con cargas opuestas, y Symmer, que pasó a ser conocido como el filósofo descalzo, se reclinaba en su asiento maravillado ante lo que veía.
  "Cuando se realiza este experimento con dos calcetines negros en una mano y dos blancos en la otra", explicó, "se produce un curioso espectáculo: La repulsión de los del mismo color y la atracción de los de color distinto provoca en ellos una agitación que no deja de ser entretenida".

(Dibujo original del experimento de los calcetines de Symmer)



  Ésta era la cima de la era romántica de la investigación eléctrica, los científicos discutían sobre si la electricidad era un vapor, un fluido o, como Benjamin Franklin había aventurado, "unas sutiles partículas".  Accionando las manivelas de sus generadores de electricidad estática, unos grandes discos y globos giratorios que se frotaban para producir una carga, los científicos-animadores enviaban ondas de choque que viajaban de mano en mano a lo largo de cadenas humanas. Si se suspendía un hombre en una silla con cuerdas de seda (para evitar que hiciera tierra), se podía hacer que su cabeza brillara como el halo dorado de las imágenes de los santos.

(Máquina de electricidad estática del siglo XVIII)
  Por espectral que pareciera, la electricidad era lo bastante tangible como para guardarla en una botella. Forrada por dentro y por fuera con sendas hojas de metal conectadas a los polos opuestos de un generador de fricción, la botella adquiría una carga, negativa en un lado del cristal y positiva en el otro, que se mantenía durante mucho tiempo después de desconectar los cables. Tocar a un mismo tiempo ambos lados de este primitivo condensador, llamado botella de Leyden, era como recibir la descarga de una anguila.
(Botella de Leyden)
  Las observaciones empíricas se entremezclaban con la fantasía en las deliberaciones de los científicos sobre las noticias acerca de rayos que conseguían que los tullidos andaran o las plantas crecieran más rápido. Conjeturando que la electricidad se producía en el cerebro por conversión del flogisto, Joseph Priestley propuso que era responsable del movimiento muscular así como del lustre iridiscente de las plumas de los periquitos y de la luz "que según se dice procede de algunos animales" cuando acechan a sus presas por la noche, e incluso por personas "de un particular temperamento, y especialmente en ocasiones extraordinarias".
  Otros eran de la opinión de que en el cuerpo se producía un fluido "nervo-eléctrico" por fricción. Era una idea sorprendente. Al igual que los calcetines de Symmer, los nervios y los huesos frotaban contra los músculos generando la fuerza de la vida, la electricidad.
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Los diez experimentos más hermosos de la Ciencia
George Johnson

1 comentario:

  1. He disfrutado mucho de este texto, es una ayuda genial para las personas que trabajamos diariamente con estas labores, me gustó mucho!

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